…A las diez y media comí un poco, apenas nada. Respiré hondo y me dije que así no iba bien, que como siguiera con esa zozobra a las doce y media estaría colgado de una lámpara (que no tengo) lanzando alaridos selváticos, como un Tarzán redivivo, pero sin Jane y Chita que me acompañaran. Decidí subir al «estudio» (es curioso el nombre que he puesto a este añadido a mi casa original, porque nada en mi vida ha tenido que ver con esa impresionante palabra), sintonicé una música que ornamentó mis inalcanzables aspiraciones espirituales, intelectuales y creativas (escucho música mal porque siempre es el rumor de fondo de otras actividades), y leí las páginas culturales de un periódico…