16 MAYO 2013

…Me sentí tan bien en el solitario paraje que volví el martes de la semana siguiente y ya nada fue igual. La belleza del paraje allí estaba, inmutable. Sin embargo, inciertos y dudosos indicadores en un pueblo del entorno (La Estrella), informaban orgullosamente de la existencia de enclaves visitables que me resultaron inencontrables, como el dolmen de La Aldehuela, o el paraje granítico Cabeza del Conde, tan prometedores. Ávidamente me adentré kilómetros por interminables caminos que iban estropeándose a medida que avanzaba y que hicieron que, en uno de ellos, me quedara varado en medio de un monte, a varios kilómetros de la carretera. Azorado, temí que no conseguiría salir de allí nunca y que además no me encontrarían, o más bien que a nadie le interesaría una mierda ayudarme a salir del atolladero en el que imprudentemente me había metido. El coche, atravesado en el camino con la parte trasera hundida en un desnivel, patinaba agónicamente en las altas y tiernas hierbas primaverales, sin conseguir avanzar un centímetro. Yo, de tan asustado, ni se me ocurrió fotografiar el desastre (habría quedado bien como foto de hoy). Menos mal que llevaba una silla de dos piezas (para los montajes que se me ocurren) y las coloqué debajo de las ruedas traseras; destrocé la silla, pero el coche consiguió remontar la pendiente. El supuesto paraje granítico se vislumbraba al fondo, pero lejos de mis posibilidades…