El día siguiente (al de la procesión). Decidimos hacer una excursión a pueblos lejanos y abandonados (Guadalajara). Eso hicimos. La intención era fotografiar. Al primer pueblo que llegamos fue Bujalcayado. No estaba abandonado; según comprobamos, vivían cuatro personas, cinco perros, un burro, un caballo pequeño y una mula. Nos paramos a mirar lo que hacían los equinos (solo comían hierba) y con los perros jugamos un rato. Eran muy simpáticos. Saludamos a la primera persona con la que nos encontramos, un tipo atareado en reparar una pared. No nos contestó. Sin embargo, con las otras tres: un hombre de mediana edad de larga melena y cinta que le sujetaba el pelo (tipo hippy), una señora bastante mayor (no menos de setenta y cinco años) y un anciano que se tumbó en la hierba y nos hablaba desde una retozante posición decúbito supina, establecimos una animada charla junto a la fuente de la plaza. Hablamos durante más de media hora de casi todo: de la vida que llevaban en el pueblo (al parecer cada uno vivía en una casa), de los largos y fríos inviernos de la zona, de la historia del pueblo, de terrorismo, de política actual y hasta de la situación económica (la conversación parecía un resumen del telediario, con información meteorológica incluida, luego dejó de interesarnos enseguida). Quisieron regalarnos uno de los perros y nos invitaron a agua de la fuente. No aceptamos ninguna de las dos cosas. No parecían tener prisa, daba la impresión que ya habían hecho todo lo que tenían previsto para el día (eran las once de la mañana), por lo que hablaban animada e inconteniblemente. Nosotros, sin embargo, aún queríamos visitar otros pueblos, así que nos despedimos de nuestros tres contertulios, de los perros, y del albañil, que volvió a ignorarnos. No fotografiamos: no somos reporteros ni nos dedicamos a la fotorrealidad (bueno, algunas veces sí). Esta fotografía la realicé en las salinas abandonadas de un pueblo cercano de bonito y mistérico nombre: Imón…
22 JULIO 2013
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