En uno de mis recurrentes viajes a Almería, deambulando por carreteras y caminos, a lo lejos, divisé este pequeño poblado, aparentemente abandonado, que se ofrecía desde la distancia como una perfecta y armoniosa superposición y escalonamiento de volúmenes. Parecía que hubiera emergido de la tierra por sí solo, como un reflejo espontáneo y natural del paisaje; o creado por lúcidos constructores a partir de un sentido ancestral, eterno, de la proporción y el equilibrio. El caserío se apegaba a la tierra de forma natural y adoptaba sus formas, sus colores, su textura seca y dura. Ese encuentro fortuito tuvo lugar en dos mil uno y se redujo a esta sola fotografía. No quise saber más y ni me acerqué; fotografié desde la lejanía que muestra la fotografía y me fui…
18 SEPTIEMBRE 2013
© 2001 pepe fuentes