Últimamente pienso, discontinuamente, que es mi forma habitual de pensar, que la fotografía, en su acepción clásica, ha muerto. Es un cadáver insignificante abocado al recuerdo pintoresco y a la superficial curiosidad. Apenas nada en la historia, o sólo, sustento servicial de ella. Los soportes tradicionales, también llamados analógicos, huelen a antigualla y están abocados a amarillear enseguida. Vistos ahora, resultan tan limitados comparados con las inagotables y límpidas prestaciones de los actuales que todas las búsquedas e indagaciones para dotar al lenguaje fotográfico de un sentido que espantara las sospechas de extraño, impostor y facilón hibrido en las artes icónicas, están caducadas antes de que hayamos podido asimilarlas del todo. Sí, la fotografía murió antes de llegar al umbral del reconocimiento verdadero, en la frustrante orilla. No tuvo tiempo. Nada más nacer, por ser hija de la incipiente tecnología, estaba condenada a morir pronto, justo en el momento que la ciencia alumbrara mecanismos más evolucionados. Los soportes y técnicas significan e inciden decisivamente en el sentido ontológico del lenguaje, luego la fotografía ha sido, y será, pasto de un permanente movimiento de búsqueda de su razón de ser al ritmo infernal impuesto por el consumo fácil y rápido…
25 SEPTIEMBRE 2013
© 2013 pepe fuentes