…Aún así, que el descolorido personaje, el chico, transmita una neutralidad tan verosímil, es un magnífico logro de Murakami. La novela es fiel al más puro estilo del autor: inquietante y con la mayor parte de sus códigos expresivos y mistéricos habituales. Técnicamente diáfana se lee ávidamente, al menos a lo largo de los dos primeros tercios, va de más a menos y eso no es bueno, me parece. Hay dos ideas nucleares sumamente interesantes, al menos para mí: la descripción creíble de la grisura y el vacío como rasgo definitorio del protagonista, o de cualquiera, y por otro la idea de que todos podemos tener una época de máximo colorido y brillantez y el resto del tiempo emitir escasas y apenas perceptibles señales de luz, como temblorosas y lejanas llamitas de candil en una noche sin luna. El momento de máxima luminosidad de las gentes puede darse en cualquier momento de su vida, aunque no es probable que sea en edades avanzadas; o no, y permanecer apagados todo el tiempo, como me ha sucedido a mí, sin solución ya. Dice un personaje de Murakami a propósito de alguien joven: «Era como si su cuerpo hubiera perdido todo el colorido tras haber sido expuesta durante largo tiempo a la luz del sol. Su aspecto físico apenas había cambiado, seguía siendo guapa y teniendo estilo…, pero estaba más apagada. Tanto que daban ganas de coger el mando de la televisión para subirle el brillo. Fue muy extraño. Parece mentira que alguien pueda apagarse hasta tal punto en tan pocos años»…
20 NOVIEMBRE 2013
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