DIGRESIÓN DOS: 3.3. Breaking Bad. He sentido una creciente simpatía hacia el protagonista; he creído entender bien lo que hace (también Jesse, aunque a veces me resulte irritante) porque encarna a un ser irreductible que es capaz de sacar fuera el genio transgresor que supuestamente llevamos dentro (salvo los memos irredentos) y lo consigue con una inteligencia y valentía deslumbrantes. Soporta situaciones extremas una y otra vez. Nunca se rinde. El que la hace la paga. Claro, como a todos nos gustaría: ajustar las cuentas a todos los hijos de puta con los que nos vamos tropezando. Al menos a mí me habría encantado poseer ese brutal sentido de la lógica justiciera; aunque como he llevado una vida tan plana, tan simple y previsible, nadie me ha hecho ninguna gran putada que mereciera un gran gesto. Es fácil ser «bueno» por defecto, por impotencia, cuando ni se sabe ni se puede ser otra cosa. Por eso resulta tan ridícula la «maldad» de los insignificantes. Ha resultado inevitable que Walter me haya creado ensoñaciones heroicas. Es lo que tienen las historias estupendas, las que excitan sentimientos primarios, luego esenciales, las que cuentan aventuras peligrosas, vengativas y justicieras. Nos transportan a la infancia, al elemental mundo de los «buenos y malos», a la heroicidad que querríamos haber tenido y no, ni mucho menos. He visto esta serie gozando cada minuto, me he sentido como un niño ilusionado, que es de lo que se trata, ahora que todo se acaba. Estaban los malos, que lo eran, y luego el más supuestamente «malo», que no, porque solo es un hombre que lucha denodadamente para no morir de cualquier forma, estúpidamente, como había vivido. Cuando a mí me diagnostiquen el ineludible cáncer, ese que nunca falta a la cita, me asustaré y me meteré debajo de la cama, seguro; no podré ajustar y ajustarme las cuentas haciéndome el favor de hacer lo que nunca me he atrevido (que no sé muy bien que podría ser) y si eso supusiera que alguien pudiera perecer, pues mala suerte para él. La clave, al final, como se sabe desde el minuto uno, a pesar de que Walter repita que todo lo hace por la familia (ah, siempre esa dichosa historia de la familia, esa falacia que tantas bajas o altas pasiones encubre), es que lo hace por sí mismo, para sentirse vivo y porque es muy bueno en lo suyo y eso tiene que quedar claro. Por eso me ha entusiasmado Breaking Bad, porque es un grito existencial y pleno de sentido de un hombre frustrado que siente a la muerte detrás ominosa e ineludible (en dos años vive más y mejor que en los cincuenta anteriores). Puede que todo lo que he escrito sobre esta serie sea un tanto simplista y tal vez infantil, pero de eso precisamente se trata, de conseguir entusiasmarse con lo que quizá no sea «sublime» sino tan solo elemental pero arrebatadamente presentado. Nada menos. Ah, y por si fuera poco, la serie está realizada en Nuevo México, donde he hecho fotos apasionadamente (las de estos tres últimos días de digresiones entusiastas, son de allí).
11 MARZO 2014
© 2007 pepe fuentes