…A estas alturas, y con algo de impaciencia frustrada porque ya barruntaba mi fracaso y mis escasas dotes como explorador sutil de la «contemporaneidad», me pregunté: –vamos a ver, pepe, tú qué harías si tuvieras que fotografiar la «contemporaneidad» de esta ciudad? Juro por Fernando Niño de Guevara que no tengo ni idea -me contesté-. Luego no debo cuestionar la visión de los «trece fotógrafos de prestigio internacional» (exprés), a pesar de que no me gustó nada su trabajo, como parece estar claro a estas alturas. Pero lo hago, no por una cuestión conceptual o filosófica, sino únicamente porque todas la obras, salvo una o dos, eran insustanciales y esencialmente feas, lo que me lleva a pensar que, si bien el sentido de la «Belleza» es siempre indefinible e íntimo, no sucede lo mismo con la fealdad, abrumadora, ominosa, frecuente y perfectamente reconocible. Lo que es feo, lo es, sin remisión. Pero no solo era un problema estético, también lo era ético, sobre todo porque las propuestas de esas gentes (trece, nada menos) carecían de misterio y belleza y, por supuesto, del hegeliano valor de lo «Significativo». Más aún, evidenciaban la ley del mínimo esfuerzo y eso no me gustó nada, por irrespetuoso. Quizá esa era la causa de que no hubiera pie de foto, para borrar las huellas del delito estético y ético o ya, de antemano, se habían constituido en equipo y asumían el anonimato en aras del plan común. Todo era de todos, pero eso es sumamente extraño, me parece. En el inaudito e imposible caso de que me hubieran contratado, habría intentado fotografiar interiores solos, cerrados, abandonados, porque esa fantasmal realidad, que a fin de cuentas también es de ahora, es a la que han llegado determinados lugares con el advenimiento de la «contemporaneidad». El pasado, que lo es por la insoslayable presencia del presente. Fueron y ya solo son vacío, nada y polvo. Sí, ver y fotografiar lo que pueda haber detrás de los altos muros, de las puertas herméticamente cerradas y las polvorientas y enrejadas ventanas. Esas imágenes podrían simbolizar que la ciudad se mueva dejando atrás otros momentos, otros espacios, otros claroscuros y otras vidas. Pero no, esa no habría sido una buena idea y debió ser por eso por lo que no se acordaron de mí (supongo)…»La Fotografía no rememora el pasado (no hay nada de proustiano en una foto). El efecto que produce en mí no es la restitución de lo abolido (por el tiempo, por la distancia), sino el testimonio de que lo que veo ha sido. La fotografía no dice (forzosamente) lo que ya no es, sino tan sólo y sin duda alguna lo que ha sido». Roland Barthes
20 JUNIO 2014
© 2014 pepe fuentes