…El pueblo casi me deprime en solo dos horas, así que pensé en irme cuando empecé a notar los efectos de la melancolía y el decaimiento. Hasta andar me costaba: sentía una creciente pesadez en las piernas, los pies se me pegaban al suelo y casi tenía que tirar de ellos, terminé arrastrándolos penosamente camino del coche. Las razones eran varias, me pareció, y tenían que ver con la pequeñez asfixiante del lugar, impregnado de una atmósfera oscura, ominosa, mortecina y desvitalizada. Tenía que ver con la omnipresente religión por todos los rincones del pueblo (hasta barrio judío hubo). Desde cualquier lugar se veía la inmensa mole del Monasterio, la Hospedería, las iglesias, todo, absolutamente todos los edificios singulares me sugerían una sombría y pesarosa solemnidad. En lugares así, tan apartados y pequeños, se está condenado a vivir en estrecha, opresiva y cotidiana frecuencia con los demás, con los dichosos convecinos ¡qué desagradable circunstancia! De hecho, yo, que solo estuve dos horas, vi varias veces a algunos de ellos, solo nos faltó saludarnos o mejor mirar hacia otro lado. Salí de allí corriendo como alma que lleva el diablo. No volveré.
17 JULIO 2014
© 2014 pepe fuentes