2 AGOSTO 2014

…Bueno, sigo: después de la exposición, aperitivo en una terraza de la Plaza de la Independencia. Después a comer. Pensamos en Afredo’s, barbacoa americana que frecuentamos de vez en cuando. La de la calle Lagasca estaba cerrada. Continuamos y, en una acera, una pareja que se encontraba con un amigo (suyo claro, según dijeron), nos saludó amistosamente llamándonos por nuestros nombres. Gran sorpresa, porque nosotros no teníamos ni puñetera idea de quiénes eran. Salimos del paso componiendo la mejor y más amigable de nuestras sonrisas, porque resultaba un tanto incómodo confesar que para nosotros eran completamente desconocidos. Vengo observando, no sé si alarmado o desahogado, que las caras y circunstancias de las gentes se me olvidan nada más conocerlas. No sé si es porque el Alzheimer cabalga poderoso por los entresijos de mi cabeza o simplemente porque la gente me atrae menos y menos cada minuto que pasa. Desde luego, la segunda posibilidad es segura: me interesan cada vez menos, una puñetera mierda, nada de nada; me aburren nada más empezar a hablar con ellos, salvo raras excepciones, y claro, olvido sus «caretos» enseguida. Bueno, lo que estaba contando: a los pajaritos que nos saludaron con tanta simpatía no los conocíamos, aunque ellos a nosotros sí. Pues qué bien. Nos despedimos cortésmente y seguimos hasta otro Alfredo’s cercano, en la calle Conde de Aranda. Comimos bien. Luego, compramos algo de ropa (regalos de mi próximo cumpleaños). Recogimos las cámaras del coche y nos dispusimos a fotografiar la exhibición (ellos, más gregarios, lo llaman manifestación) del Orgullo Gay, como todos los años…