…»Yo declaro bajo juramento por la presente que en los años 1941 a 1943, durante mi permanencia en el cargo de Comandante del campo de concentración de Auschwitz, dos millones de judíos fueron condenados a muerte por gaseamiento y medio millón más por otros medios». Rudolf Höss. Aún quedaban dos años más de aniquilación sistemática y otros muchos campos donde las ejecuciones se sucedían con la misma fatal e inhumana irracionalidad.
Y todo el mundo decidió visitar el campo de exterminio de Auschwitz, el seis de agosto, miércoles. Allí fuimos muchos ese día: más de mil. La masa de visitantes nos paseamos por los campos del horror y, nosotros al menos, con un nudo en la garganta. Nunca en nuestra vida nos habíamos acercado a nada parecido. A pesar de la impresión sobrecogedora a la que nos sometimos durante cuatro horas, a la presión, al ahogo con el que contemplamos el escenario de la mayor aberración que unos enloquecidos seres hayan perpetrado sobre otros, agradecimos el haber visitado el Campo. Será para nosotros una experiencia imborrable. «Pero en el odio nazi no hay racionalidad: es un odio que no está en nosotros, está fuera del hombre, es un fruto venenoso nacido del tronco funesto del fascismo, pero está afuera y más allá del mismo fascismo». Primo Levi. No, no me siento con fuerza ni recursos para escribir sobre algo que apenas llego ni a imaginar ni comprender, y aún menos habiendo sido solo un mero y superficial turista durante unas horas. No, nadie como las víctimas que sobrevivieron puede tener tanta información, memoria del horror y autoridad moral para hablar de esa terrible experiencia; por eso me apropiaré de textos de Primo Levi, que soportó durante un año el confinamiento en Monowitz, un campo de trabajo a escasos kilómetros de Auschwitz y de Birkenau. Solo mostraré algunas de las fotografías que hice, pobres testimonios ante la magnitud del dolor que allí se desplegó durante años, y no diré más…
25 SEPTIEMBRE 2014
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