Martes, veintitrés de septiembre: tocó microviaje. Por varias razones: acabo de leer Augustus y me sentía tan imbuido por el espíritu de la novela que necesitaba ver unos restos de aquella época. Y hasta allí me fui. Son de Augustóbriga, antiguo municipio romano situado en el margen del río Tajo. Se encontraba en la calzada romana que iba desde Emerita Augusta (Mérida) hasta Caesaróbriga (Talavera de la Reina). Llegué a las nueve y media, después de ciento sesenta kilómetros, más o menos. Comprobé que, aunque había algunos coches en el aparcamiento del mirador, no se veía a nadie por ningún lado. Eso me infundió ánimos para hacer lo que me apetecía hacer (aunque al rato llegó un tipo y luego una familia y luego otra). No me siento cómodo cuando viene alguien a curiosear porque siempre pienso que vienen a pedirme cuentas o que van a pensar que hago cosas raras. Y sí, es que siempre hago cosas raras. Pero qué me puede importar lo que piensen los demás; bueno, pues al parecer me importa y eso hace que me incomode con ellos y conmigo. Estoy arreglado. Aún no sé cómo sobrevivo a tanta tontería. Cualquier día me da un infarto entre estupidez y estupidez y me muero y ya está, se acabaron las rarezas y la idiota timidez…
17 OCTUBRE 2014
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