18 OCTUBRE 2014

© 2014 pepe fuentes
Autor
pepe fuentes
Año
2014
Localizacion
Poblado S. Román (Cáceres, España)
Soporte de copias
ILFORD MULTIGRADO BARITADO
Viraje
CLORURO DE ORO
Tamaño
18 x 22,7 cm
Copiado máximo en soporte baritado
2
Año de copiado
2015
Fecha de diario
2014-10-18
Referencia
7288

…A punto de llegar a mediodía, sin comer, claro (nunca paro para esos menesteres cuando voy a buscar rarezas) me fui a la sierra circundante bajo un abrumador diluvio. Paré en un camino precario, entre una vegetación austera pero jugosa. Enseguida llegó el reyezuelo de la zona a preguntarme qué hacía allí. Le dije lo de siempre, que nada, que me había parado (también podía haberle dicho que a él que coño le importaba, pero no me sentí con ganas de soportar tensiones innecesarias). No pareció importarle mi quietud y se fue. Seguí esperando a que escampara y a que pasara algo. Y sí, un poco después llegaron unos perros: uno blanco, grande, tipo mastín, simpático pero huidizo; otro también grande, blanquinegro, sociable y algo más valiente; y una perrita, pequeña, deslustrada, fea, acobardada pero tranquila. Ninguno de los tres eran de pura raza, tan en boga ahora. Eran perros nacidos de la mezcla y del sentido natural de las cosas y de los deseos, caninos, pero deseos, como todos. Sería inimaginable que los perros, por instinto, se encargaran de seleccionar la raza con la que copular. No, para eso ya estamos los idiotas humanos que desnaturalizamos sus instintos para adornar nuestra vanidad. Los dos grandes jugaban a atacarse en broma y a perseguirse. A la perrita, sola, no le hacían caso. Yo me fijaba en ella porque era de mi condición: insignificante. De todas formas, y siguiendo la cruel indiferencia de los débiles, si hubiera tenido que salvar a alguno de los tres, sin duda, habría sido al más joven y guapo. Así son las cosas de los previsibles como yo, que en cuestión de perros me gusta la sospechosa pureza de la «raza» (tendré que analizarme ese peligroso instinto, me parece; o no). Pasé un rato estupendo persiguiendo en el visor y en la distancia los juegos de los perros y la tímida pasividad de la perrita. De vez en cuando se me acercaban juguetones y volvían a sus frenéticos quiebros y carreras. Lo estábamos pasando bien, ellos y yo, pero, de pronto, abrupta y misteriosamente, sin despedirse y sin mirar atrás, se alejaron corriendo, como habían llegado. No volvieron. Me entristeció un poco su abandono. Me quedé sin saber qué hacer en plena sierra bajo una molesta llovizna. Solo se oían a lo lejos los cencerros de un rebaño de ovejas y de cabras, supuse. Eran las tres y media de la tarde y aún me quedaban muchas cosas por hacer, así que continué con el itinerario errático del día…

Pepe Fuentes ·