28 NOVIEMBRE 2014

HISTORIAS DE UN HOMBRE SIN HISTORIA. Universo gasterópodo IV:
Los lavé, estaban algo sucios de tierra. Los dejé en un recipiente de plástico. Enseguida pude comprobar, espantado, que su lentitud era mentira, que es una suposición engañosa, falsa y prejuiciosa, porque en unos instantes estaban todos a punto de remontar los bordes del alto recipiente y largarse. Habían ascendido por las paredes a una velocidad vertiginosa, al menos para mí, lo que me hizo pensar, alarmado, que eran más rápidos que yo. Sospeché que todo iba a ser muy complicado porque los ensimismados animalitos tenían sus propios planes y bastante más claro que yo cómo comportarse, o dicho de otro modo, no tenían ni la más remota intención de colaborar conmigo. Antes de empezar no dudaba que los obstinados caracoles obedecerían a mis intereses estéticos (y conceptuales), es decir, los colocaría en un punto y se quedarían quietos y solo se moverían al ritmo que a mí me pareciera adecuado para componer una obra de indudable interés estético (y filosófico). De eso nada, que maldita y desagradable sorpresa: se comportaban alocada e hiperactivamente. Incontrolables, anárquicos y veloces, y por si fuera poco, cuando les daba la gana se escondían desconfiados y traidores en sus caparazones y permanecían dentro tercamente. En otros momentos, para mayor perplejidad por mi parte, y en el colmo del desorden y promiscuo libertinaje, se subían unos encima de otros y parecía que se aparearan orgiásticamente: dos, tres e incluso más. Además lo ponían todo perdido. Después de dos horas de pelea con los reticentes e incontrolables moluscos empecé a pensar que el día era un total despropósito, que mi extravagante argumento para saltar sobre el lóbrego boquete existencial del día me estaba saliendo muy mal. Fatal…