El treinta de enero aún sigo convaleciente. Dicho así no parece tener importancia, porque, muy posiblemente, pasado mañana ya esté bien (aunque a estas alturas ya nunca se esté bien), pero seguramente no será así, ya lo creo que no. Al paulatino e inexorable deterioro físico del paso del tiempo hay que añadir la desgana. Siempre la fatídica pregunta, acechante e incansable: para qué, y para qué y una vez más, para qué. Lo peor de todo: no hay respuesta para esa pregunta, o sí: para Nada. Solo hay una reacción lógica y lúcida: -no hacer nada- y esperar a que llegué lo que ya se divisa a lo lejos; el ¡por allí resopla!, de Moby Dick…
8 FEBRERO 2015
© 1982 pepe fuentes