…Si me pregunto qué modelo de éxito en el mundo de la creación fotográfica me habría gustado vivir, me contesto que no lo sé. Sí, por ejemplo el de Sebastiao Salgado (el que ha visto a Dios a través de la belleza de la creación), o el de Avedon (el genial retratista), o el Chema Madoz (el de enigmático nombre y ocurrentes imágenes, buen muchacho por cierto), o el de Ruvén Afanador (es gracioso lo de afanador, que no sé si tomarlo como el que se afana o el que choricea), o el de García Alix (el que enuncia ingeniosas frases y a veces crea poderosas imágenes) o el de la Leibovitz (fotógrafa de reinas, famosísima y positiva y menos artista de lo que se cree), o el de la García Rodero (la manchega antropóloga que hace fotos, o al revés), o el de Cartier-Bresson (el del manoseado y falaz «momento decisivo» porque todos y ninguno lo son), o el del señor Fontcuberta (cuando oigo este nombre enseguida lo asocio a un cierta idea de «señorío» y no sé por qué, quizá porque es un concepto que solo me provoca aburrimiento); o el de Mapplethorpe (el mejor de todos). O quizá el de Jorge Molder, del que hablé anteayer y sí, como he pensado en él hace nada, se me ocurre que sí, que me habría gustado experimentar el éxito de Molder, quizá porque me gustan sus fotografías o, tal vez, porque podría firmar alguna sin rubor ni arrepentimiento. Pero bueno, ya está, a partir de esta evanescente y prescindible reflexión me olvidaré de Molder, quizá para siempre, sencillamente porque no tengo tiempo que perder y sí algunas cosas que hacer. Ah, y por supuesto nunca viviré el éxito, aun deseándolo (aunque ya apenas) pero eso no evitará que siga teniendo miedo a la muerte (y algo de envidiosa decepción). Ya está, dicho queda.
9 MARZO 2015
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