1 MAYO 2015

El sábado dieciocho de Abril llegó un perrito a casa. Sólo treinta y cuatro días tenía. Ahora tiene unos cuantos más. Se trata de un Pinscher alemán mediano, de color marrón. El nombre de la raza, en alemán, significa «mordedor» y eso está bien porque aunque no muerda a nadie (no, no quiero que lo haga) al menos me gusta saber que es un perro que ya viene con un oficio y si no hay más remedio, pues nada, que trabaje en lo suyo. Los primeros días solo lloraba y lloraba; luego ha ido conteniendo las lágrimas y acostumbrándose a la casa rápidamente (parece listo). Cuando sea consciente de dónde ha llegado quizá volverá a llorar inconsolablemente. Estará conmigo todo el día y eso será un gran contratiempo para él; solo cuando llegué Naty, a última hora de la tarde, se sentirá algo más reconfortado. Ahora, no sé todavía cómo nos relacionaremos, tengo algunas ideas al respecto (no sé qué pensará él). Podrá moverse y tener iniciativas propias y, sobre todo, es muy importante que sea independiente y silencioso. Que no se ponga a parlotear sobre trivialidades. Saldremos a pasear a diario, pero cada uno pensará en sus cosas, no sería buena idea que nos las contásemos. Tampoco tenemos porque ir al mismo ritmo, por ejemplo en el campo, si él quiere correr que lo haga, yo mantendré mi paso, de hombre lento. Bueno, ya veremos cómo va evolucionando nuestra relación.
PS: Ah, el perrito se llama Charlie, aunque él todavía no lo sabe.