Diecinueve de Mayo: a las ocho y media de la mañana trajeron un andamio muy aparatoso que alquilé para colgar El Mural de los Noventa (cuarenta y ocho hombres y cuarenta y dos mujeres). Obviamente, no sabía montarlo. Menos mal, que el transportista se apiadó de mi impericia y lo montó él. Trabajé toda la mañana en el encaje de las cinco piezas: proporciones, medidas y anclajes. Por la tarde, con la ayuda de dos amigos, lo colgamos. Doce horas de trabajo agotador, pero ya está, ahí, en la pared; inmenso, magnífico, espectacular. Me siento muy satisfecho de este trabajo. Primeros planos de retratos de gentes que han pasado por el visor de mi cámara a lo largo de treinta y cinco años. Algunos de ellos tan importantes para mí como Gabriel y Naty o Jackie, también algunos familiares, y grandes amigos que fueron y que aún permanecen entrañablemente en la memoria. Mujeres que me ayudaron a creer un poquito en mí y que me arroparon cuando sentí frío. Otras, que sin embargo, han pasado sin dejar huella, breve y superficialmente, pero también están ahí, bellas y espléndidas. Podría haber más retratos, bastantes, a pesar de que he tenido una vida corriente y despoblada, pero, como el montaje se me ha ocurrido hace dos años, no todos están realizados con ese propósito y formato. El Mural de los Noventa no es un ejercicio sentimental, cremoso y memorioso, sencillamente porque faltan muchas personas amadas (mis padres, sin ir más lejos), amigos que fueron importantes y novias a las que recuerdo agradecido porque me trataron generosa y amorosamente; aunque lo nuestro no pudiera ir más lejos. Los semblantes de todos los que están formarán parte de mi paisaje doméstico, ahora que ya es tiempo de memoria y desmemoria…
5 JUNIO 2015
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