…A pesar de ser proclive al hastío y renuente a la repetición, siempre que puedo me acerco una y otra vez a presenciar y fotografiar El día de la Tarasca, de los Gigantones y los Cabezudos o de la transustanciación de la materia en espíritu. Siempre que lo hago noto, perplejo, que me vitalizo. Eso me hace preguntarme: ¿Me habré equivocado en cultivar una mala relación con la ciudad? Tendría que haberme integrado activamente en su mortecina manera de ser? Me contesto que no, que eso sería imposible porque reconozco a sus gentes, sus caras y sus semblantes, sus talantes reservados y desconfiados; su inmensa y abismal insustancialidad. También el evidente engolamiento de su manera de estar y, sobre todo, su mortal rigidez y sus tristes y previsibles convicciones. Sí, son ellos, los que desfilan, la máxima representación simbólica de las figuras dominantes en el masoquista juego de vivir aquí…
12 JULIO 2015
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