…SOBRE EL CONFORMISMO Y EL PLACER EN LA MUY MADURA EDAD VII: Vuelvo a lo de la motivación placentera: –Bien, entonces qué necesitas ahora para vitalizarte un poco, tío? -me pregunto-. No me contesto, claro, porque no tengo ni puñetera idea. Lo que está muy claro es que no quiero saber nada de nadie y eso es un serio inconveniente porque ya se sabe que sin los demás no hay risa, no hay vida y si la hay es tristona y melancólica y depresiva. Lo que pasa es que ahora no hay nada para mí tan molesto e innecesario como relacionarme con otras gentes ¡¡¡qué pereza, por dios!!! No me divierte y ni tan siquiera me entretiene. En ese sentido estoy llegando a un extremo nada fotográfico por cierto, y es que no suelo mirar a nadie a la cara. No me interesa la jeta de la gente; o los caretos sí, pero no ellos. En estos días estoy leyendo una magnífica historia de Izraíl Métter, La quinta esquina (fantástica y excelsa novela de la que gozosamente aún me queda bastante); el protagonista dice (trasunto del propio escritor): «Es tarde para trabar nuevas amistades y para restablecer las antiguas. En uno u otro caso me vería obligado de nuevo a descubrirme y a evaluar lo que se abre ante mí. A mi edad uno se pega a los amigos que ya conocen la manera de actuar y de pensar que uno tiene; las decepciones hacen envejecer prematuramente a las personas… No, Zinaída Borísovna, una amistad de juventud, una vez interrumpida, raramente renace». Me parece que lo tengo fatal también en eso porque a mí, de la juventud, ya no me queda nadie. Y no estoy para nuevas monsergas. Cuando Métter escribió esos párrafos tenía unos poquitos años menos que yo ahora; ambos coincidimos plenamente en el asunto. Pero bueno, esas apreciaciones no son nada originales porque además de Métter y yo, todo el mundo está al tanto de esa obviedad…
13 AGOSTO 2015
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