BERLÍN (del cuatro al nueve de agosto de dos mil quince). Foto 23
Los turistas no hablan con nadie. Nosotros, turistas también, tampoco. Por las mañanas, nada más empezar el día, desayuno en el hotel. En todos los hoteles se come lo mismo por la mañana. Todos nos afanamos silenciosamente en los huevos con bacon, los bollos dulces, tostadas, mermeladas y café con leche, o lo que sea. Todos mirando al suelo o a las salchichas. Siempre el mismo ritual mañanero. Luego, a la calle, a las atracciones pensadas para turistas, a las plazas, a los edificios monumentales, a las colas para acceder a museos en los que generalmente la mayoría se aburre y desde luego se olvida de lo que ha visto nada más salir. Bueno, esto solo lo supongo porque es lo que me pasa a mí. Y fotos, muchas, con cualquier pretexto (qué hará la gente con tantas fotos como parece que hacen?). Por mi parte lo sé: las descargo en el diario, como si tuvieran algún sentido, y luego me olvido. A cualquier hora del día los turistas paran en las terrazas, siempre llenas, y beben y comen (nosotros también), pero lo hacemos a horas razonables…?. Los turistas (ellos), sin embargo, comen a todas horas. No hablamos con nadie, pero sí entre nosotros, mucho, pero de lo que ya nos sabemos, luego también podemos estar en silencio, tranquilamente. Cada uno en su mundo. Nadie mira a nadie. Ni falta que hace. Nos cansamos mucho, todo el día de la ceca a la meca y encima yo cargado como un sherpa, por lo del arte. Todos los días lo mismo. Turismo y más turismo, cansancio y más cansancio (al parecer, feliz). Pero…todo está bien como está. «La última cosa que yo pretendería sería «mejorar» a la humanidad». Friedrich Nietzsche
23 SEPTIEMBRE 2015
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