DIGRESIÓN DOS. Homer y Langley, E.L. Doctorow (2009). Novela. Trata de la recreación de la vida de los hermanos Collyer, que nacieron y vivieron en Nueva York, en la casa familiar de cuatro plantas heredada de sus padres. Lo peculiar: acumularon a lo largo de casi cuarenta años (después de la muerte de sus padres) en los que apenas salieron de su casa, en torno a doscientas toneladas de todo tipo de objetos, principalmente diarios y publicaciones de esas cuatro décadas. Además de pianos y todo tipo de artilugios mecánicos (hasta un coche en el salón principal). Ambos aparecieron muertos, prácticamente enterrados entre basura. Doctorow construye una posible biografía de ambos hermanos en la que se aprecia una aterradora bajada a los infiernos. Lo más sobrecogedor de esas vidas y de la narración de Doctorow es la absoluta e ineludible naturalidad con la que discurre ese cúmulo incesante de extravagancia y automarginación. Pero, al mismo tiempo, y a medida que avanzas en la lectura, tienes la sensación de que esas vidas solo podían ser como fueron. No podían ser otras, tenían que ser esas. Destinos inexorables y por lo tanto equilibrados y con un sentido fatal pero armónico. La historia está narrada en primera persona por Homer, el hermano ciego desde la adolescencia. Éste se refiere a Langley como el «responsable» de la intendencia y orden de la gran mansión. Langley, aquejado de mil manías, obsesivas y descabelladas pero imprescindibles. Opina Homer sobre él: «Parecía darle el impulso mental que requería para seguir adelante: un trabajo sin más finalidad que sistematizar su propia visión lúgubre de la vida». En la novela, la voz de Homer, cuenta como la vida de ambos se va desquiciando, como van abandonando sus sueños, y se van entregando al abandono combativo en su mundo, que no es otro que su propia casa. Elegí leer esta novela porque intuí que la entendería bien y creo que ha sido así. Tanto la he entendido que apenas se me ocurre nada que decir, sencillamente porque apenas si la historia sale de mis coordenadas, por lo que me falta perspectiva para hablar de ella. Dice Homer de sí mismo: «Al fin y al cabo, yo era una persona que se pasaba casi todo el día sentado en su casa, viviendo sin el complemento normal de amigos y conocidos, y sin una ocupación práctica con que llenar sus días, un hombre cuya vida no había dado más fruto que una conciencia excesiva de su propia inutilidad…¿quién podía echarme en cara que actuase como un necio?» E.I. Doctorow
En internet existen fotografías del estado en que encontraron su casa y de ambos hermanos. Obviamente, no puede haber ningún testimonio gráfico de esta historia superior a esas fotografías. Por eso, en mi modesto provincianismo, acompaño una imagen de una habitación de una casa de aquí cerca, donde un tipo solitario se dedicó a la cría obsesiva de pájaros. Tenía jaulas en todas las habitaciones. Murió solo y olvidado. Con sus pájaros.
2 OCTUBRE 2015
© pepe fuentes