Veintinueve de Septiembre. Hoy por la mañana he salido con Charlie Brown. Esta vez al río, en bicicleta. Sí, me he comprado una pequeña bicicleta para que Charlie no contraiga complejos de perrito impedido o que piense que su dueño es una tortuga artrítica. El caso es que, a pesar de mi indudable e intrépida habilidad y potencia como ciclista, Charlie tiene que pararse de vez en cuando a esperarme. Así, hemos llegado a un puente sobre el río que fue construido para que pasaran trenes. Llevo más de cuarenta años yendo de vez en cuando a ese puente y nunca vi ni siquiera vías. Es un puente cesado, abandonado, salvo para paseantes sin finalidad o granjeros con ella, por lo que no tardará mucho en derrumbarse. A lo largo del mucho tiempo que lo he frecuentado he realizado fotografías sobre él y en las inmediaciones. Pues bien, hoy, a las ocho y media de la mañana, hemos llegado justamente al punto desde donde está tomada esta fotografía y allí había un joven con una cámara montada en un trípode dirigiéndola a la nada, como yo he hecho muchas veces en ese lugar. He pensado en parar mi desenfrenada bicicleta y entablar conversación con el chico que en ese momento encarnaba al fotógrafo que fui. No lo he hecho, quizá por timidez, quizá porque a mí me molesta mucho que me interrumpan si estoy «trabajando», o quizá porque no me habría soportado oyéndome decir al animoso fotógrafo (sí porque en ese maldito sitio no hay nada de nada que fotografiar) que yo había fotografiado mucho en ese sitio, y ese tonto discurso acompañado de un cierto tono de suficiencia por edad y supuesta «experiencia». Menos mal que me he contenido de hacer el imbécil. Aunque, no he estado tan glorioso porque luego me he arrepentido. El caso es que he pedaleado con ganas para alejarme de la tentación precedido de Charlie Brown porque a pesar de que corra y corra mucho con la bici, mi avispado perrito siempre me precede.
24 OCTUBRE 2015
© 2007 pepe fuentes