Cosas de un miércoles cualquiera I (once del mes pasado). El día empezó como todos. En el momento de salir con Charlie Brown, asumiendo mi responsabilidad de decidir adónde ir, opté por el pinar del barrio. Fuimos en coche y aparcamos en el mismo límite, frente a la piscina pública, y nos adentramos entre los pinos. Llevé la vieja cámara pequeña, como ayer. El sol se aupaba lentamente desde la bruma y empezaba a crear sombras alargadas en los sucesivos bosquecillos de pinos. Charlie Brown, como siempre, excitado con el terreno que se ofrecía jugoso e incitante. Los conejos aparecían fugaces y aturdidos a lo lejos. Charlie corría enloquecido detrás de ellos pero estos, temerosos, trémulos, encontraban refugios donde protegerse mucho antes de que mi animoso perrito llegara. A Charlie Brown no parecía importarle. Nunca muestra decepción por sus seguros fracasos como cazador (todavía no ha pillado ningún conejo ni creo que lo consiga nuca). Como dice John Gray en relación a humanos y animales: «Los demás animales no necesitan propósito alguno en su vida…» Se toman las cosas como vienen, viven cada momento, no hay estúpidas proyecciones en el tiempo para ellos. Mejor así, por eso se muestran siempre tan felices. Cuando lo son, claro. El caso es que manteníamos nuestra dinámica habitual que consiste en que yo, con mis podcasts colgados de las orejas, mi paso cansino y mis pensamientos intermitentes que ni siquiera llegan a verdadera actividad mental, y él, yendo y viniendo, avanzábamos por caminos y de vez en cuando nos adentrábamos en bosquecillos. Como me había llevado la vieja cámara pequeña hice algunas sencillas fotos, como esta en el momento en que vi a Charlie por última vez en el pinar, esa mañana…
11 DICIEMBRE 2015
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