LAS ENFERMEDADES DE CHARLIE BROWN V. El terreno que tenía que explorar era una sucesión de polígonos industriales, salidas de autovías a ningún sitio razonable, vías de servicio, rotondas que te obligaban a volver porque la única opción era cambiar de sentido y, por si fuera poco, indicadores confusos o, peor aún: unos sobraban y otros faltaban. El tiempo fue transcurriendo y la dichosa clínica no aparecía. Entraba y salía de polígonos sin resultado. Al parecer, habían tenido la desafortunada idea de construirla fuera del alcance de mi escasa perspicacia, en un punto inespecífico entre Leganés y Fuenlabrada. De vez en cuando, paraba y preguntaba a los inadvertidos transeúntes que caían en un estado de caviloso azoramiento porque ellos tampoco lo sabían pero, como no estaban dispuestos a reconocerlo, me daban indicaciones que me dejaban en un estado de estupor insuperable: a la altura de la segunda rotonda que tenía que rebasar, con giros a izquierda y derecha ya no era capaz de retener nada. En una ocasión, las indicaciones me llevaron a la calle a la que había llegado al principio, a la calle Galileo que no era, y encima llegué! (manda huevos). En torno a las doce, desde una autovía divisé un gran cartel con el nombre de la clínica. Me dije: -por fin, ya está localizada, solo me queda llegar hasta ella-. Pero tenía un grave problema que no era otro que iba por el lado contrario de la autovía. Me dije: –tranquilo, avanzas, cambias de sentido y buscas una salida a la altura de donde está-. Eso hice. El problema fue que a la vuelta, no había ninguna salida hacia donde se encontraba la maldita clínica. Intenté buscar una vía de acceso, sin resultado, y eso me llevó a la total desorientación nuevamente. A la una Charlie y yo nos encontrábamos en un descampado dando una vuelta para desentumecernos. Después de tantas horas en el coche Charlie Brown se tomó la licencia de ir cambiando de asiento por exasperación o para poder aguantar sin saltar por una ventanilla y olvidarse de mí y del maldito día que le estaba dando. Yo tampoco podía parar el coche en una cuneta, largarme y perderme de vista para siempre. Ganas no me faltaban…
20 DICIEMBRE 2015
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