15 MARZO 2016

© 2016 pepe fuentes
Autor
pepe fuentes
Año
2016
Localizacion
Toledo, (España)
Fecha de diario
2016-03-15
Referencia
6088

UNA CUESTIÓN DE BUENA SUERTE: Madrugada de un sábado, cuatro de la mañana, A-42. En un repecho la carretera empieza a estrecharse alarmantemente por el efecto de unos  pivotes colocados con muy mala leche que nos iban empujando a un solo carril. Me temo lo peor y siempre que lo peor amenaza, sucede. Remontamos el desnivel y allí, abajo, divisé  luces destellantes azules en el techo de coches atravesados en la carretera y amarillas como antorchas que portaban los que parecían zombies y que impedían el paso. Mientras bajábamos despacio hacia al desastre tire varias veces de la manga de Naty, que me ignoró cómo siempre hace a esas horas. Cuando llegamos a la tupida barrera de hombres uniformados con unas imperiosas luces que agitaban como niños en una fiesta de cumpleaños, nos dirigieron a un lado. Nos miraban ferozmente, como enfadados. Daban miedo. Naty por fin se despierta y me pregunta: ¿qué es esto? -La guerra, querida, es la guerra-. Un tipo uniformado, que me pareció un guardia civil, se acercó a mi ventanilla y me informó de que se trataba de un control de drogas y alcoholemia. Pues vaya pensé…llevo bebiendo desde las diez y son las cuatro de la madrugada, a la cárcel voy sí o sí. Además, borracho sí que me sentía. Como siempre en estos casos, no consigo soplar lo suficiente y entonces se produce la embarazosa situación en la que el guardia se mosquea porque piensa que le estoy vacilando. Eso sucedió. Naty me jaleaba para que lo hiciera «bien». Traidora, pensé, se ponía del lado del enemigo. Algo me decía que si lo hacía bien todo acabaría mal. Ocho, diez veces sin que el aparato funcionara. Inconscientemente pensaba que cuanto más tardará en que el jodido aparato fuera sensible a mi boca (atención a la connotación erótica del asunto) y a mis más íntimos fluidos en forma de vapores etílicos, más tardaría en suceder lo peor. Por ese lado la cosa iba bien, sin embargo, no era así con el jodido guardia, al que le notaba una creciente mala leche. Tampoco mi autoestima iba mejor, pensaba: «joder, tío, no vales ni para soplar». El nerviosismo crecía entre los tres ridículos seres que a la luz de la luna nos empeñábamos en hacer algo que no deberíamos estar haciendo. Lo lógico es que le dijera al agente de los absurdos y estrambóticos controles: –mira tío, metete esa mierda de aparato por el culo y trae uno que funcione, porque me estás jodiendo la vida y la autoestima-. No habría sido prudente decir eso porque estaba borracho (yo) luego me callé y seguí esforzándome con el pitorro en la boca. En mi exasperación intentaba taparme con los dedos los huecos que dejaba entre los labios la monstruosa  boquilla, horriblemente diseñada, como se puede observar en la foto. El tipo del chaleco amarillo, también muy mal diseñado, por cierto (el tipo que no el chaleco), pareció decir sin decirlo que por fin, el diabólico aparato unido a mi fantástica pero ineficaz capacidad torácica había tenido éxito. Lo da la vuelta y me lo enseña. Lo primero que veo es un amenazante piloto rojo y me pregunta que si he bebido. ¡¡¡Que atropello, qué indiscreción!!! Puestos a violar mi intimidad hasta podía haberme preguntado que si había follado, a lo que tendría que haber respondido que sí, que con su mujer; aunque habría sido imposible porque si era tan fea como el, sencillamente, no lo habría conseguido. Dos o tres de sus colegas, a unos metros, observaban la situación pensativamente. Todo resultaba esperpéntico. Bueno, a lo de la pregunta sobre la bebida le dije que una o dos copas. Mentira, habían sido cuatro o cinco, además de cerveza y vino en la cena. Entonces me fijé que en la pantallita había un agorero 13 en rojo, pero yo no sabía si eso era mucho o poco. Me sacó de mis cavilaciones diciendo que el máximo eran 25. Compuse un gesto idiota porque tampoco sabía si se contaba hacia arriba o hacia abajo. Acudió en mi ayuda diciéndonos que podíamos irnos. Todavía tardé unos instantes en reaccionar porque me parecía imposible. Yo estaba borracho, lo juro, pero eso sí, -no se me notaba nada-. Esto me hace pensar que los aparatitos tienen dos niveles de lectura, a saber, la objetiva, a la que se resta la subjetiva: el buen rollo y bondad natural del sujeto, es decir, yo mismo. O tal vez fue cosa de las sumisas vibraciones que suelo desprender en esas situaciones. Naturalmente el «pitorro» de los cojones, lo voy a enmarcar.    

Pepe Fuentes ·