26 ABRIL 2016

© 2011 pepe fuentes
Autor
pepe fuentes
Año
2011
Localizacion
Zurraquín, Argés, Toledo (España)
Soporte de imagen
-35 MM. Kodak. High-Speed Infrared 400
Copiado máximo en soporte baritado
2
Fecha de diario
2016-04-26
Referencia
4798

CUANDO FUI NIÑO VI. «Cuando finalmente supe quién era, ya no me importaba». Juan Antonio Masoliver Ródenas.
Ahora, me gustaría volver a vivir en esa casa, si pudiera. No lo dudaría. Sí, tendría un poderoso sentido hacerlo. Morir donde nací. Pero la casa está a punto de derrumbarse, aunque aún siga habitada. Me asusta sentir hasta qué punto soy el niño que fui. Como dijo Lobo Antunes, no solo soy hijo y nieto del que fui, soy el que fui, exactamente el mismo. Nada ha cambiado en tantos años. No he aprendido ni olvidado nada. Allí me siento como en el útero y mi mirada no mira, ni tan siquiera ve, acaricia amorosamente todo. Me impresiona. Estoy prendido con un alfiler en el cartón piedra de la misma escena. Me conmueve sentidamente la parte de mí que sigue habitando ahí y de la que no he podido liberarme nunca. Puedo imaginar mi vida allí ahora. «El Hombre», lo consigue, vive solo en cerro del Acebuchal desde hace nueve años, aterido de frío en invierno y asfixiado de calor en verano. Me acuerdo muy bien de esas sensaciones. No haría nada, viviría sin culpa una completa pasividad. Me levantaría por las mañanas de invierno, encendería la lumbre y me sentaría a mirar el fuego esperando a que la mañana pasara, y luego la tarde. Después me acostaría tempano, cuando se hiciera de noche, en medio del silencio absoluto del cerro, bajo una montaña de mantas, como entonces. Y así todos los días. En el buen tiempo, sacaría una silla a la puerta y me sentaría frente a las piedras y el horizonte, en silencio, mañana y tarde, hasta que oscureciera y pudiera ver las estrellas. Y así todos los días. Quieto, esperando, siempre esperando que sucediera algo, como entonces. Eso tendría un sentido absoluto: cerrar nada menos que una vida, nada menos que la mía,  con un prodigioso desenlace, equilibrado y congruente. Los sesenta años que habría pasado lejos de la casa dejarían de tener importancia y todos los ridículos sufridos quedarían borrados para siempre. A la mierda con esa inmensa cantidad de tiempo, prescindible e irrelevante. La casa ha permanecido en pie como si su único sentido fuera que volviera a ella para acabar juntos. Una mañana de invierno no me levantaría y en esa aciaga y luminosa mañana la casa se derrumbaría y yo permanecería dentro de ella, para el resto del tiempo. Por fin salvado. Sublime estética apocalíptica.    

Pepe Fuentes ·