OCHO DE ABRIL (la contabilidad vivencial). El trabajo de toma consistía en fotografiar sistemáticamente veinte años de anotaciones a lápiz que se desarrollaban meticulosamente en las paredes, desde mil novecientos cincuenta y dos hasta veintitrés años después. No habría gestos «creativos» por mi parte en ese trabajo. Solo aspiraba a que técnicamente saliera bien. La creatividad la ponía el «escriba prodigioso», no solo por ser un aplicado narrador de vicisitudes rurales, sino, también, porque su esfuerzo entrañaba un propósito narrativo exhaustivo. Tenía alma de artista. En otro contexto y tiempo habría sido capaz de contar en paredes la vida de la corte imperial de la cuarta dinastía egipcia, por ejemplo. Su afán participaba del mismo espíritu. Quiero creer. El caso es que a mí me interesaban sobremanera esas anotaciones, y no solo plásticamente. El polvo de las paredes abandonadas aún permitía saber que en esas tierras, en mil novecientos cincuenta y dos y años después cosecharon remolacha y que había una serie de personas: Victoriano, Daniel, Eugenio…que tuvieron que ver con el asunto. Y más cosas, como nitrato, amoniaco, kilos cosechados y cosas así. También cuándo llovió y cuándo no. Los datos en sí carecen de importancia, pero son esenciales y transcendentes contados de ese modo, en la pared, a lápiz. Los que habitaban en esa casa podían ver diariamente como fue la vida de la finca a lo largo de años. Me impresionaban esas leyendas en las paredes. Quizá sería un espléndido ejercicio poético y testimonial ir escribiendo nuestra vida en las paredes de las casas que habitamos. Indudablemente sería más interesante que colocar insulsas imágenes que nada dicen sobre los hechos de los que las habitan…
9 MAYO 2016
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