VEINTE DE ABRIL (no paraba de llover, luego tuvimos que quedarnos en casa). Decidí escribir mirando de reojo cómo resbalaba el agua por el ventanal, pero no conseguía arrancar con las palabras, no se me ocurría nada. Como daba la impresión de que llovería todo el día no tenía otra opción que mover mis dedos sobre el teclado y mi cabeza en torno a algo que conociera para que me resultara más fácil. O que no conociera para que así me diera igual como pudiera salirme. Por ejemplo, una cuestión recurrente de mis interminables circunloquios: -el tiempo pasa y no consigo descubrir el porqué de mis «temas» fotográficos-. Por ejemplo, antes de salir a pasear con Charlie, me digo: -caminarás despacio y reflexionarás sobre el sentido de tus fotografías, para encontrar el porqué; una vez iniciada la marcha y después de dar vueltas inútilmente al asunto durante un par de minutos me distraigo y me pongo a pensar tonterías-. Y es que no, me falta «cabeza» y sentido para lograr entender el porqué de lo que fotografío, me canso y desespero de no encontrar el quid de la cuestión y entonces dejo de pensar en ello. Veamos: llego a un sitio y si intuyo que es un escenario con «tema» me pongo en marcha sin más preguntas ni reflexiones, actúo a impulsos automáticos, compulsivos más bien, y ya está. Termino, recojo y me largo y ni siquiera me pregunto: ¿por qué has hecho lo que has hecho, tío? Para qué, si no voy a saber responderme, porque lo único que creo haber hecho es entreabrir tontamente la puertecita del subconsciente y la ocurrencia. Parezco gilipollas…
17 MAYO 2016
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