VEINTE DE ABRIL (epílogo). Básicamente, mis incesantes movimientos están orientados hacia la supervivencia pero, una vez sabido eso, por qué hago lo que hago y no otra cosa, eso sí que no lo sé. Por qué elijo fotografiar lo que fotografío, al borde de la infracción o de la ilegalidad, tampoco lo sé. No, no fotografío cosas bellas (a veces sí, por casualidad) porque el propósito no es encontrar lo bello y tampoco lo feo. Para mí, tanto una cosa como la otra, son inencontrables e incluso indefinibles. Como dijo San Agustín a propósito del tiempo:»cuando no me lo preguntan, lo sé; cuando me lo preguntan, no lo sé», exactamente es lo que me pasa a mí con la fotografía. Tampoco pienso y luego fotografío lo pensado. No me asisten ni las razones ni la premeditación. Tampoco soy fotógrafo, solo alguien que transporta la máquina de hacer fotos y de vez en cuando la utiliza; pero eso no es suficiente para sostener ninguna afirmación categórica de condición, vocación u oficio (los guardias me preguntaron si era fotógrafo y absurda pero coherentemente les dije que no, luego imagino que esa rotunda y contradictoria confesión aumentó sus sospechas). Terminaré con una idea esperanzadora y soleada ahora que ha dejado de llover: -probablemente lo que define mis motivos es la ausencia de propósitos, por lo que, paradójicamente, se erigen en magníficos e inmejorables motivos-.
21 MAYO 2016
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