EL MUNDO DEL FÚTBOL (o las pasiones sencillas). Me gusta el fútbol. No tanto como para pensar en él regularmente y mucho menos como para ir al campo donde se juegan los partidos a mezclarme con otras almas afines. No, eso nunca, porque ya lo experimenté una vez y pude comprobar que los jugadores y las jugadas se ven muy mal en el escenario real de los «sueños». Además, tampoco me conviene el tiempo real porque mi cabeza funciona con un ligero desfase o retraso y, cuando quiero enterarme de lo que ha pasado, ya ha pasado, y las jugadas no las repiten, como en la tele. En los puntos más alejados, y todos lo son, no se ve nada de nada y encima no hay primeros planos, como en la tele. En el campo de juego, todo es muy abstracto o impresionista, que no expresionista como en la tele. Cuando alguien mete gol es prácticamente imposible saber quién y cómo ha sido. Lo dicen a través de megafonía, pero los jugadores no se molestan en repetirlo para gente retrasada como yo, como en la tele. Así que lo tengo claro, el fútbol mejor en el sillón de casa, en la tele. Luego está el asunto de qué partido ver, entre qué equipos. La pregunta no me ocasiona ninguna dificultad porque solo veo partidos del Real Madrid (con otros equipos). Llegados a ese punto está claro que soy aficionado limitado o sectario, porque me interesa un solo equipo. Por si fuera poco, en muchas ocasiones y en pleno fragor, me distraigo, como persona sensible que soy. El ser seguidor de un solo equipo tiene la ventaja de que solo me ocupa el tiempo que dure el partido que le toque jugar al Real Madrid, y eso es una indudable ventaja porque normalmente los partidos suelen ser largos y tediosos. He conseguido interesarme por la suerte de un equipo y de ningún otro y, así, unirme al orden de las emociones sencillas, al menos en el asunto del fútbol: si gana mi equipo me alegro, si pierde me disgusto y si empata me aburro. Ya está, es fácil. Nada de complicaciones, dudas, inseguridad y titubeos. Las cosas claras y los deseos también. El mundo y los valores en perfecto orden, compartidos con millones de semejantes, esa es la clave del fútbol. Porque claro, llegar a una circunstancia lo más placentera posible en fútbol pasa por elegir un equipo ganador (eliges tú, el equipo nunca te elige a ti, luego la responsabilidad del placer, como en la vida, siempre es de uno mismo). Si eliges bien, pasas más momentos felices que desdichados. Es fácil. El equipo del que soy seguidor, el Real Madrid, anoche jugó una gran final en la que era casi favorito. Todo estaba dispuesto para el jolgorio y la inmensa alegría de millones de seres (también yo). Es lo que tienen las pasiones sencillas: blanco o negro; derrota o victoria. Moneda al aire. Bien o mal. Y el Equipo Ganó sin grandeza ni belleza, pero ganó, y las anheladas expectativas se cumplieron. La eterna escenificación de la dicotomía futbolística se cumplió una vez más: resultados o belleza. Todo el mundo suele preferir los resultados, pero yo siempre optaré por la belleza, aunque nadie me acompañe en esa descabellada preferencia. Se cumplió la expectativa vistoriosa, y a fin de cuentas estuvo bien, aunque las pasiones y placeres elementales se acaben enseguida. Son como orgasmos onanistas. A partir del preciso instante en el que el partido finalizó, la fantástica victoria ya solo es pasado y olvido. Ahora habrá que esperar la siguiente competición y el siguiente partido que, obviamente, hay que ganar. Es otra de las indudables ventajas que proporciona el mundo del fútbol, que si aciertas a apuntarte a un equipo ganador ganas más que los demás, los de los otros equipos. Está bien el soñar en ganador, aunque solo sea por delegación, ya lo creo.
29 MAYO 2016
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