UNA CUESTIÓN DE OREJAS I (las de Charlie Brown y las mías). El otro día, junto a mi perrito, caminé por un campo solitario al que siempre vuelvo. Avanzábamos asediados por el calor y por una vegetación reseca de una agresiva y puntiaguda aspereza. De pronto, Charlie Brown, que avanzaba delante de mí, comenzó a mover la cabeza de un lado a otro y vino a contármelo. Mire sus orejas y no vi nada. Continuamos. Charlie avanzaba con la cabeza inclinada hacia el lado derecho y sacudía sus orejas como diciendo No. Yo hacía más o menos lo mismo, porque a las mías llegaba la música y las palabras que emitía el Ipod, como siempre en estas ocasiones. Son los podcasts que grabo y amontono en el dispositivo, escucho y borro. Incesantemente. Pues bien, de pronto, en uno de esos programas archivados en mi aparatito (no recuerdo cuál, pero pudo ser El ojo crítico), un tipo afirmó, con una escalofriante seguridad, algo así como que lo que no se publica no existe. El asunto venía a ser que, si escribes un libro y lo guardas en un cajón ese libro no existe, ni existirá. Ideas como esa las he oído muchas veces y a muchas gentes, creadoras de libros y obras de distintas disciplinas, formatos y soportes. Puede ser, o al menos es una idea que, si bien objetivamente no es del todo cierta, puede considerarse. Si no hay cuerpo no hay delito. Y, sobre la creación, existe un consenso generalmente admitido de que es así. Pero yo no estoy de acuerdo, es más, generalmente me enfada esa afirmación. El libro escrito existe, independientemente de que se publique o no. Y existe porque se ha materializado y ha ocupado la inteligencia y la voluntad y el esfuerzo y el tiempo de quien lo ha escrito. El que se publique o no es una consecuencia secundaria que, si bien completa y redondea el ciclo creativo, no es imprescindible y por supuesto no puede negar la materialidad del hecho. Y, por otro lado, para dotar a esa creación de entidad real (según ellos), por cuántas personas debe ser conocido, o ya en el colmo de la suntuosidad existencial, leído -me pregunto-. Eso nunca lo dicen. Pues bien, estas personas de tanto criterio e ideas tan afianzadas y, supongo que con bastantes obras publicadas, niegan la existencia de lo que personas que como yo hacemos con toda la fuerza y aplicación de que somos capaces, pero no publicamos, muy probablemente porque no llegamos a los mínimos de calidad e interés para los demás, pero somos inocentes y por lo tanto no tenemos porqué ser condenados a la inexistencia. Según estos señores, los anónimos estamos condenados a serlo ad eternum. Es como decirnos: es igual lo que hagas porque nunca existirá, será como si dibujaras en el aire o pensaras en silencio. Así que te lo puedes ahorrar. Sí, objetivamente y para el mundo tal vez sea así, pero no para los que hacemos anónimamente ya que nadie puede negarnos nuestro derecho a actuar, luego a estar y ser. Publicar o exhibir algo es ajeno al hecho de hacer en sí porque depende de terceros y sobre estos el autor puede que no tenga ningún control o ascendiente. El que una obra creada entre en fase de publicación y exhibición, en todo caso, siempre dependerá de habilidades sociales y de gestión, que se tendrán o no, pero que, objetivamente, son independientes del hecho creativo en sí. Me parece que para terminar de contar este rollo que se me ha ocurrido hoy, voy a necesitar otro día, así que continuo mañana…
27 JUNIO 2016
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