EL CUENTECITO DEL SIETE DE JULIO. …Una vez que habíamos llegado a ese punto tan prometedor, teníamos un problema a resolver: el acceso desde la urbanización de las gentes pudientes al monte del monasterio, donde debía encontrarse la casa, estaba vallado con una fuerte alambrada de más de dos metros de alto. Recurrí a mi memoria peliculera y nos adentramos en el tupido campo de encinas siguiendo la valla, buscando un resquicio. No lo encontraba. La valla estaba colocada con ganas de fastidiar nuestros propósitos. Después de un buen rato buscando encontré una pequeña falla entre el suelo y la alambrada. La alcé con fuerza, la sujeté con un palo y, reptando con la espalda pegada al suelo, pasé. Mientras, Charlie, angustiado por si no podía seguirme, escarbaba furiosamente un hoyo en el suelo para también pasar él por debajo. Una vez que pasé, sostuve la alambrada y Charlie, que había entendido perfectamente en lo que estábamos metidos, pasó reptando. Avanzamos por el monte muy contentos con lo que habíamos conseguido. No mucho después encontramos la casa, que solo eran cuatro paredes sin tejado. Nuestra casa era la de la derecha, en la de la izquierda vivía un matrimonio de mudos, con el padre de uno de ellos. No hablábamos con ellos, era imposible, eran mudos y nosotros no sabíamos cómo hacerlo, yo por lo menos. A mí me daban un poco de miedo sus gritos guturales y señas y gestos exagerados. Recuerdo que se peleaban mucho, o a mí me lo parecía…
28 JULIO 2016
© 2016 pepe fuentes