…Vagamos entre los restos y las gentes con las que habíamos coincidido esa tarde en aquel remoto lugar, todos fuertemente vigilados por fornidos y suspicaces uniformados (al menor indicio de inconveniencia, según ellos, caían sobre los inadvertidos turistas y nos reprendían agriamente). Notamos que tres o cuatro personas hacían cosas muy distintas de los demás: muy concentrados y descalzos daban vueltas al círculo de piedras que contenía grandes palos hincados en el suelo. Avanzaban lentamente, en actitud espiritualizada, como si flotaran transfigurados, para luego hincarse de rodillas y mirar al cielo (bueno de lo de mirar al cielo no me acuerdo bien, pero podría ser). Con las manos unidas y el alma pendiente de un hilo invisible permanecían unos minutos, luego se levantaban y seguían con las vueltas en estado de trance. No los fotografié porque me dieron un poco de miedo. Tampoco les pregunté a qué adoraban, por lo mismo. Así que me quedé con la impresión más evidente, que adoraban a los palos hincados en el suelo, contenidos en un círculo, supongo, y lo digo porque esa muy bien podría ser la clave, aunque ¡¡¡vete tú a saber!!!…
8 SEPTIEMBRE 2016
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