…Pero no todo está perdido. No todo es una desoladora derrota, una imposibilidad, un repetido fracaso, o una estúpida y ciega reiteración; y no solo por estar abocado a ello, sino porque a fin de cuentas todos estamos constituidos para hacer tan solo algunas cosas, no muchas, y esas, a fuer de hacerlas, terminamos aprendiéndolas. Y aburriéndonos de ellas. Sí, por eso el vacío existencial no solo es consecuencia de nuestras limitaciones, sino de no saber interpretar correctamente lo que vivimos y aprendemos, me temo. Al parecer, sospecho, la secuencia vital del éxito o de los que encuentran sentido a su vida sucede del siguiente modo: consiguen hacer algo muy bien, se lo enseñan a los demás y les felicitan; entonces, excitados por las caricias a su ego, vuelven a su casa y hacen más de lo mismo para que sigan aplaudiéndoles y entonces el círculo vicioso, inevitablemente, se repetirá -ad nauseabundum-, o no, y la persona en cuestión vive todo el tiempo tan campante, como si todo fuera normal y, sobre todo, si se hace cura, porque así consigue la paz espiritual al creer que tiene asegurada la vida eterna. Esos son los más afortunados: combinan el éxito material y espiritual -todo en uno-. Más tarde, el individuo se muere y se pudre, por supuesto, y como mucho, los que le aplaudían reproducen su figura en piedra… luego llego yo y fotografío (la reproducción), pero eso ya da igual, porque ni a él ni a mí nos sirve de mucho: en mi caso, porque no sé quién coño era y la foto es para nada y a él menos porque ya está podrido. Esas son las cosas que me pasan o en las que pienso cuando no tengo en otra cosa en qué pensar, que es casi siempre. Por eso no todo está perdido, la felicidad es posible todavía porque, cuando voy despacio en mi cheslong, se me ocurren cosas como parafrasear a Jules Renard (Soy un hombre feliz, pues he renunciado a la felicidad), y yo me digo: «yo no soy nada, pues he renunciado a ser algo».
26 SEPTIEMBRE 2016
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