EL CUENTECITO DEL OCHO DE SEPTIEMBRE II. Un escenario perfecto, aunque no muy alentador, sobre todo porque me encontraba sin ideas. Me quedé en suspenso preguntándome…y ahora qué coño hago? El umbral de luz era muy bajo, lóbrego. Monté la cámara sobre el trípode y comencé a fotografiar lo primero que se me ocurría. En estos casos, mi cabeza funciona con un cierto automatismo muy experimentado ya por décadas de ensayo. Siempre utilizo los elementos que me ofrece el sitio, alguna ropa ad hoc y yo mismo. Hasta ahí llegan mis recursos. Una «idea» me suele llevar a otra y esa a otra. Y luego algunas más. De pronto se me ocurrió que en los encuadres debía haber un personaje agónico en el borde mismo, como si fuera una presencia que podría estar o no pero que, de cualquier modo, estaba a punto de desaparecer, de caerse de la escena, o de ni siquiera haber llegado a ella…
16 OCTUBRE 2016
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