22 OCTUBRE 2016

EL CUENTECITO DEL OCHO DE SEPTIEMBRE. Epílogo. Terminamos. Fueron cinco o seis horas de intenso trabajo que empezaron fríamente porque aún no se me había ocurrido nada pero, como siempre, a medida que voy entrando en situación y cogiendo ritmo, me excito y ya no puedo parar. Es como la escritura, cuando te sientas frente al teclado solo sientes perplejidad pero, una vez que surge la primera palabra, las demás fluyen inconteniblemente. La diferencia entre una actividad y otra es que, mientras que las palabras, una vez que se han revelado y hecho corpóreas, visibles, puedes pulirlas y modelarlas, fotografiar es una salto al vacío, no hay posibilidad de corregir nada; normalmente ya no vuelves al lugar y lo que haya salido bien, genial y  lo que no, intentas arreglarlo y, si no puedes, lo juzgas con clemencia o, simplemente, lo olvidas o lo tiras. A lo largo de esas horas algunas cosas salieron bien y otras, dudosas o simplemente horribles. También podría haber hecho bastantes más cosas si hubiera tenido más tiempo o ayuda de alguien (todavía no he conseguido que el Chuchi aprenda a mirar por el visor o a pulsar el disparador). No obstante, gran día fotográfico. Volví por las mismas calles penosamente cargado, pero esta vez fue peor porque era cuesta arriba. Tengo que robar un carro de súper ya.