AYER, por lo que veo al repasar este diario, me puse ridículamente enfático pero, qué más da, también vale. También escribí anteayer que no felicitaría el nuevo año a nadie, y no lo he hecho, claro que no. No tengo tiempo ni ganas para esa convención riente, sobre todo porque no tengo ganas de reír. O sí, y es que no me sale porque últimamente no me encuentro con motivos para la risa. Solo estoy a gusto en mi casa, sin salir, con Naty y El Chuchi con quienes me lo paso estupendamente. Ahora llevo más de dos meses sin asomar la jeta a nada que tenga que ver con otras gentes, incluido el teatro, del que tengo síndrome de abstinencia. No tengo ganas. El veinticuatro me llamaron dos amigos para vernos a mediodía y tomar unas cañas, unas tapas y ver viejos, los de mi edad, que han envejecido casi tan mal como yo. Un aquelarre de carnes fofas, barriguitas satisfechas, cuerpos resecos por el aburrimiento, bolsas en los ojos y almas ateridas. Expresiones tan entristecidas como la mía. Les dije que no, no es el momento de innecesarias sobreactuaciones. Ya no tenemos nada de qué hablar, solo lugares comunes y asuntos sobre los que hemos pasado un millón de veces a lo largo de todos nuestros años. Si no hay propósitos comunes no hay tiempo que celebrar en compañía. No, no es culpa de mis amigos, sino mía, porque no tengo nada que llevar a los encuentros, voy con las manos en los bolsillos vacíos, el hastío en la mirada y la singana en el ánimo…
2 ENERO 2017
© 2016 pepe fuentes