PARA FINALIZAR, ALGO MÁS, PERO ESTA VEZ AL REVÉS: SOBRE LA FOTOGRAFÍA Y LA ESCRITURA. Cuando quiero consolarme del yermo creativo en el que vivo, me da por decirme que, fotografiar, es algo así como componer una sinfonía con miradas; como si las imágenes que uno elige y encuadra en su visor, fueran notas musicales y, después, con la combinación de las elegidas, compusiera una canción o, si el artífice es muy grande, una gran sinfonía, o tal vez una ópera, o tal vez un delicado cuarteto de cuerda. El ancho mundo, para el fotógrafo, vendría a ser el alfabeto para el escritor. Mientras el fotógrafo anda por el mundo se encuentra con partículas de este, con seres y materias vivas y muertas con las que compone su obra, y lo hace porque sabe mirar, lo mismo que el escritor sabe combinar palabras, o el músico armonizar notas musicales. El fotógrafo atrapa y compone una especie de ideogramas en copias de diez por quince, como dice Sergio del Molino, que a veces también contienen sorpresas; y esas son sus palabras, su sedimento vital y creativo, su sudor y su sangre. Lo único que puede hacer el fotógrafo, y también el escritor, es tan solo aportar su mirada propia, hacia dentro y hacia fuera, y así contarse y contar para aquel a quien pueda interesar, como me sirven a mí los libros de Sergio y de otros muchos. También las fotografías valen, al menos, para adiestrar la mirada y así, incluso, llegar a ver. A modo de ejemplo, ahora, a bote pronto, diré que mis posibilidades de fotografiar en la India se enriquecieron gracias a algunas de las fotografías que accidentalmente vi de Lucien Hervé, poco antes de viajar hasta allí. Las fotografías que hace el fotógrafo, o lo que escribe el escritor, o lo que haga cualquier artífice, son la expresión de lo que son y eso puede ser valioso, como mínimo, para ellos mismos. Mejor hacer que no, aunque solo sean fotografías.
25 ABRIL 2018
© 2007 pepe fuentes