ESPERO ESTAR HOY EN LISBOA, por la noche. Mañana no sé qué haremos allí. Con seguridad caminar por la ciudad, siempre lo hacemos, nada más llegar. Es una ciudad en la que me encanta caminar, callejear por las estrechas calles de la Alfama, siempre con la sensación de que a medida que asciendes, en cualquier esquina, el paisaje se abrirá luminosamente hacia el Tejo. También por el barrio alto. En Lisboa se sube y se baja, en todo momento; caminar tiene una significación de alto y bajo, de luz y sombra, de silencio y murmullo, de alegre vitalidad y callada melancolía. En Lisboa siempre me siento bien. Mi estado de ánimo se acopla a esa ciudad suave y armoniosamente. De no haber sido español (me gusta ser español, a pesar de que me enfaden mucho las cosas que hacemos los españoles), me habría encantado ser portugués y portugués de Lisboa. Y quizá contemporáneo de Fernando Pessoa, más que de Lobo Antunes. Probablemente, mi estado de ánimo tiene más que ver con la saudade que con el sentido trágico unamuniano, o con el dramático ascetismo de la meseta. No sé, quizá los enigmas del ser cultural están más allá de donde yo puedo llegar. Lo que sí sé es que disfrutaré mucho de un bacalao a bras, acompañado de vinho verde, a ser posible al sol.
27 ABRIL 2018
© 2003 pepe fuentes