OCHO DE MAYO, UN DÍA ACIAGO. Introducción. Mi actividad fotográfica más significativa, o al menos hacia la que sigo sintiéndome más motivado, es realizar sesiones de toma en casas o sitios abandonados. Para mí, esos lugares son sugestivos escenarios, de orden simbólico, o alegórico, o ejemplar de un cierto sentido fatalista, o quizá pesimista, o tal vez una simplista visión de la fragilidad de la vida y la caducidad de todo lo existente. Quizá se trate de la expresión naturalista y metafórica a la vez, e ineludible, de la vida anodina y decadente, sin triunfo ni gloria; en definitiva, la expresión simbólica de perdedores sin relieve. Así son los escenarios que tanto me gustan y donde siento que modelo la materia que me es propia. Por si fuera poco, en esos sitios no ya olvidados sino ruinosos, es donde mis posibilidades de crear algo en fotografía se potencian como en ningún otro. No es que entre en trance ni nada parecido, sino que esos penumbrosos y oxidados lugares me excitan fotográficamente, por sus texturas, por la asfixiante atmósfera que se respira en ellos, por sus olores, por la vida que ha quedado prendida en sus paredes. Siempre los tengo presentes, siempre los busco. El único problema es que, aunque no parece que ya interesen a nadie, no es así, porque siempre suele aparecer alguien con algún remoto interés en el lugar, que viene a frustrar mis estéticas intenciones…
20 MAYO 2018
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