OCHO DE MAYO, UN DÍA ACIAGO. Capítulo IX. Lo que me hacía acceder sumisamente a todo lo que el hombre enfadado me pedía (salvo en lo de Charlie) no era tanto el miedo a las consecuencias e intervención de los guardias, sino que, de algún modo, yo me censuraba por la inconveniencia de haberme convertido en un allanador de propiedades ajenas. Nunca había hecho nada semejante. Insistieron mucho en que debía haberles pedido permiso y que, en todo caso, debía haberme conformado con ver la casa por fuera. A mí eso no me servía porque ya lo había hecho y habría significado quedarme fuera del centro mismo de la memoria. Ingenuamente debí pensar que como todos los seres humanos hemos tenido infancia y esa es una época sensible para todos, invocar la mía me salvaría de cualquier contingencia. Pero no, eso no tiene porqué ser así, ni mucho menos. En cuanto al permiso, estaba seguro de que no me lo habrían dado, máxime después de conocerlos. Su reacción decía a gritos: –nosotros no entendemos de debilidades de la memoria y mucho menos de anhelos fotográficos-. En el mejor de los casos, y para quitarme de en medio, habrían alegado que no tenían la llave, que se la había llevado el hombre que vivió allí. Tampoco habrían consentido que hiciera fotografías y que permaneciera un día en la casa, tiempo mínimo que yo precisaba para desarrollar mis artísticos y nostálgicos y psicoanalíticos propósitos. Exactamente eso es lo que habría pasado si lo hubiera hecho como ellos decían. Ahora, cuando escribo este aciago cuentecito, creo que, por mucho que me empeñara en considerar mi radical actuación moralmente admisible para mí, no lo fue en absoluto, porque lo fiaba todo a que no me pillaran. El modo en que se desarrollaron los hechos hizo que se activara mi íntimo imaginario, el que mamé desde que jugaba con mis pobres juguetes en ese desolado cerro y que luego, tantas y tantas veces, he sentido a lo largo del tiempo, que no es otro que sentirme en el bando de a los que siempre pillan gentes como la que me estaba abrumando…
29 MAYO 2018
© pepe fuentes