31 MAYO 2018

© 2018 pepe fuentes
Autor
pepe fuentes
Año
2018
Localizacion
Toledo (España)
Soporte de imagen
-120 MM- ILFORD PAN F 50
Fecha de diario
2018-05-31
Referencia
8435

OCHO DE MAYO, UN DÍA ACIAGO. Capítulo y XI. Esta última fotografía es de la cocina, donde hacíamos la vida. Cerca de la ventana teníamos una mesa camilla donde comíamos y, en los poyetes al lado de la chimenea, nos sentábamos en invierno, a la luz del fuego y de un pobre candil, para combatir el mucho frío que hacía en la casa. Mi madre cocinaba en la lumbre, cocido a mediodía todos los días del año y patatas con caldo por la noche. Algunos días había conejo de los que cazaba mi padre. También consumíamos los huevos de las gallinas que teníamos en la casa y el cerdo que criábamos y matábamos todos los años. Volviendo a la apurada situación en la que me encontraba: la salvé de un modo muy poco airoso lo que hace que sienta un gran malestar por mi falta de gallardía y respeto hacia mí mismo y, sobre todo, porque el pasado volvía a regodearse, obcecado e inmisericorde… Creo que mi encogimiento tiene que ver con la maldita Culpa; sí, culpa por pretender cosas que, de antemano, doy por seguro que los demás no entenderán (no tienen porqué) y hasta por fotografiar (mi cámara, en cierto modo, también señala mis debilidades e impotencias). También culpa, o más bien vergüenza, por haber habitado en aquella casa, experiencia que viví como una desgracia por la inmensa soledad que sentí allí (quizá esa experiencia determinara mi modo de relacionarme con los demás a lo largo del tiempo, no lo sé, eso nunca lo sabré). Ahora pienso que me habría sentido infinitamente mejor habiendo aguantado la situación sin resistirme a que llamaran a la Guardia Civil y las consecuencias que pudiera haberme supuesto. Increíblemente, aunque ahora lo lamente, no siento ninguna culpa por haber forzado la vieja y precaria reja que nada valía, pero sí por haberme comportado de forma irrespetuosa e injusta con unas personas a las que me vi abocado a entregar mis íntimas razones y mis humilladas palabras de disculpa. No me escucharon, ni dedicaron ni un solo segundo a intentar entenderme (siempre pienso que mis causas y necesidades a nadie importan), o tal vez sí, de eso no puedo estar seguro porque no me lo dijeron. Por muy altas razones que pueda tener alguien (no digo que fuera el caso), si estas no son escuchadas no sirven absolutamente de nada, solo son ridículos, inútiles y frustrantes aspavientos. Todo resultó lamentable, aunque no evitable (yo tenía la determinación absoluta de entrar en esa casa sin más remedio, como si de una catarsis redentora se tratara, me iba la vida en ello), pero no ganamos nadie; ni ellos: que no obtuvieron lo único que tenían que ganar en ese caso, mi agradecimiento y consideración infinita si me hubieran permitido fotografiar, ni yo, el que más perdí: mi entereza y mi largamente ansiada sesión fotográfica, además de confirmar que en sesenta años nada de lo mío se había arreglado. Irreparable todo. Un día aciago, sin duda. O tal vez no tanto.

Pepe Fuentes ·