ÉRASE UN INDIDUO, NATURAL DE BABIA, AQUEJADO DE FASCITIS PLANTAR I. La dichosa y molestísima afección, en el pie derecho, comenzó en octubre del año pasado, más o menos, y el protagonista de este cuentecito se pasó tres meses esperando a que se le pasara. Tiene una fe ciega en estar liberado de enfermedades que no estén a la altura de su excelso espíritu. Pero la dolencia, nada sensible a las delicadezas de su alma, se mostraba muy apegada a él y no daba muestras de retirarse discretamente por lo que, nuestro renqueante y dolorido amigo, decidió tomar medidas. A mediados de enero llamó a una clínica de la ciudad, le citaron, le facilitaron el nombre del médico, el número de consulta, el día y hora. Llegó con diez minutos de anticipación y entró, desenvuelto y seguro de sí mismo, en la sala de espera de la consulta, que estaba vacía. Enseguida apareció una mujer joven con look alternativo, aparentemente sin nada que hacer, y le preguntó qué quería. Se lo dijo y ella le contestó que difícilmente podría atenderle porque era psicóloga. Tuvo la tentación de entrar en detalles de lo que también le pasaba, pero no lo hizo por si la espontánea terapeuta, que parecía animosa, se venía arriba y le proponía una de esas interminables terapias en las que se soba el pasado hasta perder el sentido del problemático presente. Salió y preguntó en recepción por el doctor con el que le habían citado; le contestaron que a ese médico no le conocían. El babiano, perplejo y contrariado, pensó que aún podría llegar a tiempo probando en el hospital más cercano, por si acaso. Llegó en hora y, sí, en este otro hospital, sí conocían al huidizo traumatólogo, pero en ese día de la semana (viernes) no pasaba consulta y, además, hasta dos semanas más tarde no podría recibirle. –Vale, vuelvo otro día a cualquier médico que pueda recibirme antes -dijo el cojito de Babia-. La recepcionista, con aspecto de mujer fatal, le citó para el lunes siguiente…
25 JUNIO 2018
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