1 JULIO 2018

UN BREVE VIAJE A CÁDIZ, EN COMPAÑÍA DE CHARLIE BROWN (1) Treinta de mayo (miércoles): solo viaje de ida. Salimos a las cinco y cuarto de la tarde y llegamos a las diez y media. Nos hospedamos en El Puerto de Santa María, desde donde nos moveríamos por la costa. No conocíamos El Puerto, solo tenía vagas referencias en cuanto a sus rasgos como ciudad y que algunos poetas la habían exaltado, especialmente Rafael Alberti (de donde era natural; al día siguiente pasamos delante de su fundación pero no entramos) y Caballero Bonald, Benjamín Prado, García Montero o Mendicutti, que dice: “Le pasó a Alberti, nos pasa a todos. La bahía es el aire, la luz. El Puerto es una mezcla muy sensorial”. Benjamín Prado cuenta que Alberti le dijo ante la bahía: “Recorrí el mundo…pero Cádiz es otra cosa”. Tenía memoria de pintor. Era playero de tarde. “Mira”, decía, “cómo la luz se queda en la arena”. Dice Caballero Bonald, en su espléndido Examen de ingenios: “Alberti dio la vuelta al mundo en funciones de poeta sin fronteras, si bien siempre estuvo metafóricamente confinado en El Puerto de Santa María, del que conservó muchos rasgos representativos, incluidos los menos edificantes”. He leído poco a Alberti, aunque sí, hace muchos años, La arboleda perdida (memorias), de la que no recuerdo nada (y no la releeré, seguro). Volvió a morir donde nació, noventa y siete años después. El Puerto, su luminosidad, su aire, su mar, permanecieron anclados en su vida siempre, como nos ocurre a todos los que llegamos a darnos cuenta de que estamos enraizados en la tierra donde aprendimos a andar y a los horizontes donde quedaron prendidas nuestras primeras miradas…