COMO UNA SERIE DE TELEVISIÓN PUEDE PASAR DE UNA CIERTA EXCELENCIA A LA MÁS ABOMINABLE EXCRECENCIA (y 2). Tan solo unos minutos del último capítulo me parecieron lo mejor que sucedió en casi toda la tercera temporada, que ahora pueda recordar. La escena es sencilla y se repite a lo largo de toda la serie: las protagonistas hablan durante unos breves intervalos en el desarrollo de la trama, de sus vidas, de lo que les ha ocurrido, de sus deseos, de sus sueños. Esos momentos son de lo mejor que sucede en esta serie. Pues bien, en el último capítulo, Sole, una convicta cubana, habla de cómo pudo ser la vida de cada una de las de su grupo en el patio de sus colegios, de niñas, y dice algo así como: -tal y como actuábamos en esa época y en esos escenarios, era indicativo y premonitorio de cómo lo haríamos en el resto de nuestras vidas, de cómo nos relacionaríamos socialmente y de cómo nos enfrentaríamos al hecho de vivir-. Nunca se me había ocurrido ver lo mío desde esa perspectiva, y claro, confirmé desoladoramente que el guion se había cumplido escrupulosamente: en el patio de los colegios a los que fui (2) me comporté acobardadamente. Procuraba refugiarme entre los más torpes y anodinos (me sentía más arropado), y ni mucho menos me acercaba a ningún foco que pudiera poner en evidencia mis carencias e inseguridades. En el colegio fui el más gris entre los grises. Luego, también.
31 JULIO 2018
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