24 AGOSTO 2018

DIGRESIÓN CUATRO: 1945. Hungría (2017). Guion y Dirección: Ferenc Török. Intérpretes: Péter Rudolf, Tamás Szabó Kimmel, Dóra Satarenki, Bence Tasnádi, Ági Szirtes. La condición humana supurando por todos los poros de los atormentados protagonistas de la película. La Culpa golpeando inmisericorde en sus cabezas, en su conciencia. A martillazos. Una pequeña comunidad agrícola en Hungría, compuesta por seres perdidos en la inmensidad de su pequeñez, a quienes se les ofrece la oportunidad de obtener un infame botín a cambio de la delación de familias judías a los ocupantes nazis, sabiendo de su muerte segura. Aprovechan la oportunidad, parapetados en la que creen segura inmunidad, a cambio de vender su alma, su honor y su paz. Pero no tienen en cuenta que la sombra de sus actos y la de sus víctimas les perseguirían de por vida. Poco después de acabada la guerra, aparecen en el pueblo dos hieráticos y misteriosos judíos que, silenciosos y solemnes, cruzan el pueblo caminando despacio hasta llegar al cementerio para enterrar algunos de los objetos que pertenecieron a aquellas víctimas. Bellísimas imágenes en blanco y negro de esos dos hombres, siguiendo a un carro con dos misteriosos cofres, acercándose al pueblo. Resulta suficiente para que la tormentosa culpa de los habitantes se desencadene en dramas y reacciones desesperadas. Tanto el maravilloso sentido del tempo narrativo, como la puesta en escena, recuerda a cualquier clásico del western, donde el héroe vuelve al lugar donde sufrió sus irreparables pérdidas a tomarse cumplida venganza. El precario entramado de equilibrios del diminuto pueblo, sostenido con mano de hierro por el cacique, se desmorona estrepitosamente. Por si fuera poco su sombrío futuro, los rusos acechan diariamente con un pequeño destacamento militar, esperando a que lo inexorable se produzca: la toma del poder por los comunistas, bajo el nefasto y ominoso poder soviético. Implacable, lúcida y desesperanzada película sobre la naturaleza humana.