DIGRESIÓN UNA. Suddenly, Last Summer (De repente, el último verano) EE.UU. (1959), Guion: Tennessee Williams y Gore Vidal. Dirección: Joseph L. Mankiewicz. Intérpretes: Elizabeth Taylor, Katharine Hepburn, Montgomery Clift, Albert Dekker, Mercedes McCambridge, Gary Raymond. Extraña y turbia historia (cuyo nudo argumental puede remontarse al síndrome de Agripina) en la que una madre mantiene una mitómana obsesión hacia su hijo. La señora Venable se agita en torno al recuerdo paranoide del amor enfermizo y posesivo hacia Sebastian, muerto violentamente (aparentemente víctima de canibalismo) en una playa, en el verano de 1936. Curiosamente, según Pere Gimferrer, la identificación de ese lugar es “Cabeza de lobo” en España (Cataluña) lo que motivó que la película no pudiera exhibirse comercialmente en territorio español hasta fecha tan tardía como 1980. La idealización de la relación enfermiza que tuvo con él, lleva a la madre a perder cualquier asidero con la realidad. Su tremenda fuerza y poder hace que arrastre a su bellísima sobrina, Catherine, que asistió a la muerte violenta del dios que fue para ambas, a un complejo de culpa alentado e ideado por ella. Entre todos, la tía, la madre y el hermano, inducen en Catherine una fantasmática esquizofrenia que la avoca a la autodestrucción. El doctor Cukrowizc, neurocirujano psiquiátrico, intenta salvarla de una demencial y destructiva lobotomía. Tan compleja trama (escrita por Tennessee Williams con Gore Vidal como coguionista), a pesar de ser un diabólico y perfecto mecanismo de orfebrería dramática, no sería suficiente para hechizar sin la dirección y puesta en escena de un soberbio Joseph L. Mankiewicz. No, no solo es el sofisticado y cultísimo despliegue de los diálogos (a Mankiewicz, probablemente, tenemos que agradecerle los mejores diálogos de la historia del cine), sino, y sobre todo desde el punto de vista icónico (fotográfico), la escenificación en una atmósfera decadente, húmeda, densa, fría, bellísima. Siempre asfixiante. Todos los escenarios son perturbadores: la casa; el jardín exótico de la creación, cultivado por el enajenado y endiosado Sebastian (su madre dice que su sentido poético le hizo ver a Dios); los pabellones de enfermos mentales, de un hiperrealismo escalofriante. Sobrecogedores. Y, para mí, desde mi confesable y loca pasión por los objetos antiguos, románticos, misteriosos, la inacabable galería de libros, pinturas, máscaras, esculturas, tallas, maniquíes, que parecen salidos de cuentos góticos y de unos escenarios oníricos, surrealistas, inconcebibles. Pura poesía alucinada y romántica. Abundando en matices sobre esta obra, dice Pere Gimferrer, El Cultural, 14.11.2002: “Mankiewicz ha incorporado el mundo de Williams al suyo propio, y no ha filmado la estilización de un melodrama psicopatológico, sino una elaborada y sutil fábula sobre los fantasmas de la sociedad norteamericana”. No puedo olvidarme de las maravillosas interpretaciones, sin ellas la película no sería la perfecta obra de arte que es, especialmente la de Katharine Hepburn en el papel de la madre: alucinantes y majestuosos sus descensos en ascensor, o su paseo por el jardín romántico contando a Cukrowizc la extravagante y abigarrada profusión de plantas exóticas, o dando de comer a una inquietante planta insectívora; también magistral Elizabeth Taylor, en el papel de atormentada sobrina; y, cómo no, Montgomery Clift, que compone un sobrio y creíble doctor Cukrowizc, en el que predomina la mirada sobre la palabra. Fascinante e inolvidable película.
8 FEBRERO 2019
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