PEQUEÑO VIAJE A LAS TIERRAS DEL INCA
Capítulo uno: Machu Picchu (Perú), tres de febrero, domingo
XIV
“Por encima de todas las ideas filosóficas, aún en lo referente a la virtud misma, el último fin de nuestra vida es el placer”. Michel de Montaigne
Terminamos la visita a las dos, cinco horas y media después. Tomamos uno de los autobuses que efectuaba el servicio turístico de Aguas Calientes a Machu Picchu. El descenso resultó vertiginoso, innumerables curvas cerradas y unas pendientes de vértigo. El camino de tierra no contaba con protección en el lado que daba al precipicio, el firme solo estaba reforzado con losas en las curvas. Además, para mayor zozobra, el suelo estaba empapado. Llegamos felizmente, aunque un poco asustados. Paseamos un rato por el pueblo buscando un restaurante y, finalmente, dimos con el más idóneo posible: una terraza corrida, larga y estrecha, con tejadillo que protegía de la lluvia, sobre el crecido y vertiginoso río Urubamba. Comimos arrullados por el fragor del río y contemplando la incesante lluvia: una ensalada y un guiso de carne, acompañado de cerveza. Postres, café y unos cócteles. Todo exquisito. Casi tres horas de intenso y tranquilo placer…
COROLARIO: Uno de los mayores placeres que puedo sentir en un viaje (y en la vida por entero), es sentarme ante una buena comida después de haber trabajado a lo largo de toda la mañana; sí, mañanas fotográficamente productivas. No creo que haya mejores momentos en mi vida.