PEQUEÑO VIAJE A LAS TIERRAS DEL INCA
Capítulo uno: Aguas Calientes (Perú),
tres de febrero, domingo
XVI
“Hice como si desconociera lo más elemental: así pudimos dedicarnos al placer social de la conversación”. Peter Handke
En la estación nos esperaba un conductor que nos llevaría de vuelta a Cuzco por carretera. Resultó ser un hombre simpático y comunicativo, con una conversación incesante. También era agente turístico, según nos contó. Carreteras en obras que nos avocaban a alternar asfalto y tierra constantemente. Atravesamos algunos pueblos fantasmales en la noche. En otros, algo más populosos, todavía había alguna gente en las calles. Lo único significativo de ese largo viaje, de ochenta kilómetros pero de casi dos horas de duración, fue que el conductor y yo hicimos un repaso general a la situación política de su país y el nuestro, cuestiones históricas, sociales y hasta de fútbol hablamos. Naty, astutamente, decidió abstenerse de tan exigente esfuerzo. Su incesante parloteo fue agotador (el mío también me cansó mucho). Al entrar en Cuzco nos asesoró sobre posibles visitas a museos y conventos que podríamos hacer al día siguiente. No le hicimos mucho caso. Llegamos al Hostal Amaru a las diez y media, más o menos…
COROLARIO: En nuestra conversación concluimos que teníamos mucho en común en cuanto a la realidad política de ambos países. La corrupción brutal y generalizada en ambos lados: ellos, especialmente con Fujimori, y nosotros con todos, sin excepción, unos más que otros, pero todos despreciables, deshonrosos e inmorales. Vulgares e infames delincuentes.